La sostenibilidad ya no es opcional, ni tampoco algo de moda para vernos bien. Menos aún, se logra sola.
Durante mucho tiempo, la sostenibilidad fue vista como una etiqueta: algo bonito que se decía en discursos institucionales o se colocaba en la última página del informe anual. Hoy, esa visión parcial de “washing” está obsoleta. Las marcas que sobreviven y prosperan no son las que “hablan de sostenibilidad”, sino las que la viven desde la colaboración.
Y aquí va una verdad incómoda: la sostenibilidad real no se puede lograr en solitario. Es demasiado compleja, demasiado transversal y demasiado exigente como para que un solo departamento, una sola persona o una sola empresa la abrace por su cuenta.
La sostenibilidad es, por definición, colaborativa. Y en los tiempos que corren, no colaborar es condenarse al colapso.
¿Por qué colaborar es clave para la sostenibilidad?
Porque los retos actuales —crisis climática, justicia social, desigualdad, transparencia corporativa, bienestar organizacional— son sistémicos. Y lo sistémico exige soluciones multiactor. En pocas palabras: no basta con que una marca “haga lo suyo”, si lo que hacen sus aliados, proveedores, clientes y comunidad contradice o sabotea sus esfuerzos.
La sostenibilidad no es solo lo que haces. Es también con quién lo haces, cómo lo haces y cómo involucras a los demás para amplificar tu impacto.
¿Qué pasa cuando se ignora la colaboración?
Aquí no hay mucho suspenso: colapsas. Literal o simbólicamente.
- Pierdes credibilidad cuando dices ser sostenible, pero tus aliados hacen lo contrario.
- Te enfrentas a boicots, críticas o crisis reputacionales.
- Aumentan tus costos operativos por no integrar soluciones compartidas.
- Te aíslas de oportunidades de innovación, fondos o alianzas clave.
- Tus equipos internos se desconectan de la causa y pierden motivación.
Y lo peor: quedas fuera del radar de los consumidores y talentos jóvenes que ya exigen marcas coherentes, éticas y participativas.


